¿Sabemos cómo el hecho de mentir varía nuestro cerebro?
Mentir es faltar a la verdad a sabiendas de que lo estamos haciendo. Se trata de afirmaciones falsas que crean una idea o una imagen falsa también.
Las personas, cuando mienten, lo hacen porque consideran necesario ofrecer una imagen diferente de la realidad, con la que no están conformes. La máscara que proporciona la mentira permite crear la imagen de nosotros mismos que queremos trasmitir. Sin embargo, esta máscara es inconsistente, ya que una mentira lleva a la creación de una larga cadena de ellas que permita sostener la certeza de la primera, lo cual produce miedo a perder la imagen falsa que se ha creado y supone una tensión continua para el mentiroso en cuestión, además de un importante desgaste de energías, ya que es necesario contar con una buena memoria para no contradecir las mentiras anteriores.
Durante el proceso de mentir, se produce una carga cognitiva por la cual el cerebro humano activa mayor número de áreas que mientras decimos la verdad. A medida que se incrementa la actividad cerebral, aumenta el flujo sanguíneo en el cerebro, y por tanto, aumenta el oxígeno en sangre.
Dada la complejidad de la conducta de mentir, en el cerebro no existe un único centro de la mentira, sino múltiples áreas implicadas que interactúan entre ellas. Cuando mentimos, en el cerebro se activan tres regiones diferentes, el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el lóbulo límbico, y lo hacen en mayor medida que cuando decimos la verdad. Mentir requiere un esfuerzo cerebral extra, ya que cuando lo hacemos se activan zonas del córtex frontal que desempeñan un papel en la atención y concentración, además de vigilar posibles errores y suprimir la verdad.
Así mismo, las redes cerebrales utilizadas para expresar una mentira espontánea son diferentes de las que se utilizan para expresar una mentira memorizada. La mentira espontánea estimula una parte del lóbulo frontal relacionada con el funcionamiento de la memoria, mientras que la mentira ensayada estimula una parte distinta en la corteza frontal derecha, relacionada con la memoria episódica.
A lo largo del tiempo se han empleado métodos con el fin de detectar cuándo la gente está mintiendo. El detector de mentiras utilizado hasta el momento es el conocido como polígrafo. El polígrafo mide los niveles de excitación y nerviosismo que presenta una persona cuando está conectada a él, calibrando su ritmo cardíaco, su presión sanguínea, su respiración y sus conductos dérmicos y valorando los cambios que se producen en los mismos al responder a las preguntas que se le formulan, asentándose en la base de que al mentir, estos niveles se alteran. Sin embargo, este sistema presenta algunos problemas de fiabilidad, ya que puede ser manipulado, porque la misma situación puede poner nervioso al sujeto que está siendo evaluado y porque se ha demostrado que con algo de práctica los individuos son capaces de controlar y moderar sus propias respuestas físicas cuando mienten. Esto ha ocasionado que el polígrafo no sea aceptado como prueba en los juicios y que haya terminado quedando obsoleto.
Las investigaciones en este sentido han derivado hacia otros campos, como la observación de los cambios cerebrales mediante resonancia magnética. Mientras que polígrafo es capaz únicamente de registrar las respuestas periféricas que provoca la mentira, las imágenes de resonancia magnética proporcionan información acerca del origen mismo de la activación cerebral que produce el acto de mentir. Es decir, permiten acudir directamente al órgano que produce la mentira: El cerebro.
Cada uno de nuestros pensamientos está codificado con un patrón específico de actividad cerebral, por lo que cada vez que se produce, aparece el mismo patrón específico de actividad en el cerebro. Esta consistencia del patrón permite identificar pensamientos nuevos o recurrentes mediante un escáner cerebral y mediante el campo científico llamado reconocimiento de patrones o aprendizaje automático, es posible visualizar los patrones de pensamiento a través de un ordenador, como ocurre con el reconocimiento facial o las huellas digitales.
De esta forma, la activación de una u otra área cerebral puede determinar si la persona miente o dice la verdad.
Más allá de los sistemas científicos de detección de mentiras, en el cara a cara no es fácil detectar a un mentiroso, ya que si tiene cierta experiencia mintiendo su conducta puede no mostrar ninguna evidencia que lo delate. Es más fácil detectar las señales acústicas de una mentira, es decir, el contenido que se escucha, que las visuales asociadas a gestos y conducta visible del sujeto.
Es fácil que un mentiroso se contradiga, no suele abundar en detalles y aporta datos confusos e ilógicos, además de que su nivel de voz es por lo común más elevada de lo necesario.
Cuando tomamos decisiones de carácter moral, utilizamos la corteza prefrontal de nuestro cerebro, que contiene la materia gris. Según diversos estudios, los mentirosos patológicos tienen en torno a un 14% menos de materia gris, y es por ello que las personas con esta patología son menos propensas a preocuparse por asuntos morales.
Es posible inducir a una persona de manera química a decir la verdad mediante el pentotal sódico, también conocido como suero de la verdad. Esta sustancia causa efectos a nivel del Sistema Nervioso Central: Disminuye el flujo sanguíneo cerebral, pero aumenta la presión, disminuyendo el consumo de oxigeno en el 50%. Al actuar en el cerebro, el pentotal sódico produce depresión de las funciones corticales superiores lo que provoca que a la persona le sea mucho más complicado mantener su voluntad, de forma que en una conversación la verdad fluye con mayor facilidad.
“Con una mentira se puede llegar muy lejos, pero sin esperanzas de volver” Alexander Pope.
Muy interesante su aporte, sin embargo para que no carezca de valor académico seria ideal colocar las fuentes bibliograficas.
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