¿Por
qué sentimos miedo?
El miedo es una emoción que actúa en nosotros como
mecanismo de defensa y se produce ante la percepción de un peligro que puede o
no ser real, pero que percibimos como amenazante. La función del miedo es fijar
en nuestro cerebro situaciones que vivimos que entendemos suponen un peligro
para nuestra supervivencia, para que en caso de darse de nuevo, podamos
reaccionar mediante lucha, huida o evitación para superarlas con éxito.
Para entender el circuito de activación del miedo,
debemos comprender que nuestro cerebro ha evolucionado formando nuevas partes
encima de las antiguas y adaptándose al entorno en que vivimos. De esta forma,
sobre la parte más antigua de nuestro cerebro, el tronco cerebral, que regula
nuestros instintos y las funciones autónomas necesarias para nuestra
supervivencia, se formó a lo largo de la evolución el sistema límbico, un cerebro
emocional encargado de regular las emociones como el miedo entre otras. La
encargada de disparar la señal de alarma ante situaciones de peligro es una
pequeña zona de este sistema límbico llamada amígdala cerebral, que recibe y
procesa la información que llega a través de nuestros sentidos, activándose
cuando percibe un estímulo como amenazante bajo la forma de una reacción de
despertar, sobresalto y tensión. Sobre nuestro sistema límbico se formó la corteza
cerebral, la parte más nueva de nuestro cerebro encargada de regular la
respuesta a las emociones a través del análisis de todas las informaciones
sensoriales, emocionales, culturales y personales que procesamos a través de
nuestra amígdala, y de ejecutar un plan de acción que se adapte a las
necesidades y al contexto de la situación de peligro. Así pues, la activación
de la amígdala cerebral ante los estímulos sensoriales activa el miedo
provocando las reacciones propias de dicha emoción, lucha, huída o evitación.
Cuando esto ocurre, nuestro cerebro fija ése miedo para que en un futuro se
active de nuevo la respuesta ante un estímulo similar o simplemente ante el
recuerdo del mismo.
Al mismo tiempo a nivel hormonal, ante situaciones que
nos producen miedo, nuestro cuerpo segrega adrenalina, que propicia una transformación
del organismo para disponer su estado de alerta: Se produce taquicardia, se
dilatan las pupilas para mejorar la visión, aumenta la presión sanguínea, baja
la temperatura corporal, aparece el sudor frío, se dilatan los bronquios y se
acelera la respiración entre otras.
No podemos impedir la aparición de nuestras reacciones de
miedo, ya que son necesarias para nuestra supervivencia, pero sí podemos
regularlas para que no interfieran en nuestra vida de manera negativa. Los
estudios al respecto indican que hay varios sistemas que pueden resultar
efectivos a la hora de superar nuestros miedos, como la terapia por exposición
y la terapia por inundación. Si no nos sentimos capacitados para llevar a cabo
estas técnicas por nosotros mismos, podemos acudir a un especialista que nos
guíe en el proceso:
- La terapia por exposición consiste en aproximarnos gradualmente
al estímulo que nos produce miedo, ya sea algo tangible o situacional, ya que enfrentarnos
al estímulo temido puede conducirnos con el tiempo a una reducción de nuestro
temor. Para ello es útil crear un listado de situaciones relacionadas con
nuestro miedo, ordenadas de menor a mayor en función de la intensidad de temor
que nos produce. Comenzando por la que nos resulta más sencilla podemos ir
avanzando hasta conseguir exponernos a las situaciones más temidas con la
seguridad que nos proporciona haber superado otras situaciones similares.
- La terapia por inundación consiste en exponernos al
estímulo que nos produce miedo tanto como sea posible hasta lograr la extinción
de la conducta de evitación. Esta terapia se basa en que el miedo y la
consiguiente ansiedad que sentimos ante el estímulo temido es algo que hemos
aprendido en un momento dado de nuestras vidas y que evitamos como mecanismo de
defensa. Si eliminamos la ansiedad que nos causa el recuerdo, el miedo
desaparecerá y según esta técnica, la repetición del estímulo eliminará la
respuesta ansiosa.
El miedo es algo cotidiano para nosotros hasta el punto
que incluso en algunos momentos decidimos exponernos a situaciones que nos lo
causan. Una muestra de su integración en nuestras vidas es que nuestro propio
vocabulario contiene expresiones que aluden a él, como la conocida “cagarse de
miedo”, que curiosamente tiene su origen en una de las respuestas primitivas de
nuestro organismo ante el miedo. Es una reacción fisiológica ancestral que
permite huir más rápido del peligro, eliminando peso de nuestro cuerpo, aunque
por nuestra civilización progresiva a lo largo de la historia, es más frecuente
verlo en los animales cuando sienten la amenaza de otros más peligrosos o en
niños pequeños, que en adultos.
Por encima de todo debemos entender que es normal sentir
miedo y experimentar las sensaciones físicas que se asocian a él, como ansiedad,
aumento de la frecuencia cardíaca, sudoración o temblor entre otros, pero todas
estas sensaciones son normales y si conseguimos percibirlas como tal, dejaremos
de fijar nuestra atención en ellas y podremos concentrarnos en la actividad que
estamos desempeñando, dejando que el miedo que sentimos no nos perjudique,
permanezca en segundo plano y se limite a cumplir su función evolutiva,
permitir nuestra supervivencia.
“La ansiedad es un arroyito de temor que corre por la
mente. Si se le alimenta puede convertirse en un torrente que arrastrará todos nuestros pensamientos”
A. Roche
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