martes, 27 de marzo de 2012

Cerebro y memoria

¿Qué procesos cerebrales interviene para que podamos recordar?



La memoria es la capacidad mental que nos permite almacenar información y recuperarla. Consiste en una serie de sistemas interconectados dedicados al almacenamiento con la intención de recuperar lo almacenada en un momento u otro.

En el cerebro no hay un lugar único dedicado al almacenamiento de la memoria, sino que está localizada en diferentes regiones especializadas:




  • Cortex Temporal: Almacena en algunas regiones los recuerdos de nuestra infancia.
  • Córtez Parieto-Temporal: Almacena el significado de las palabras que vamos aprendiendo.
  • Lóbulos Frontales: Organizan la percepción y el pensamiento.
  • Cerebelo: Almacena los automatismos necesarios en nuestro día a día.

Para que recordemos algo, es necesario que nuestro cerebro realice conexiones sinápticas entre neuronas de manera repetitiva, creando así redes neuronales que se activan ante acontecimientos vividos con anterioridad. Es por ello que para que la memoria se active, es necesario que haya ocurrido un aprendizaje, lo que ha llevado a ambos términos a aparecer relacionados en la gran mayoría de estudios que se realizan sobre el tema.

Hay varias clasificaciones posibles de la memoria, en función de diferentes criterios. La clasificación principal de los tipos de memoria suele hacerse en función de la duración de los hechos recordados, mediante la cual distinguimos entre:

  • Memoria inmediata: Consiste en la capacidad de recordar una experiencia durante algunos segundos. Por ejemplo, recordar durante un instante un número de teléfono que nos han dicho, hasta marcarlo.
  • Memoria a corto plazo: Es la memoria de cosas que acabamos de realizar o de aprender y, como su nombre indica, es de corta duración. Se da como consecuencia de la simple excitación de la sinapsis para reforzarla o sensibilizarla de manera transitoria. Un ejemplo de memoria a corto plazo sería recordar la comida que hemos realizado a medio día.
  • Memoria a largo plazo: Permanece en nosotros durante largos periodos de tiempo, desde semanas, hasta meses e incluso toda nuestra vida. Se da como consecuencia del refuerzo permanente de la sinapsis neuronal por la síntesis de algunas proteínas. Un ejemplo de memoria a largo plazo sería recordar las vacaciones del año anterior.

El Hipocampo es la zona de la Corteza Cerebral encargada de transferir la información entre la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo y así consolidarla.
En función de cuáles son los hechos recordados, también podemos distinguir entre varios tipos de memoria:

  • Memoria implícita o de procedimiento: Es la encargada de recordar sensaciones o habilidades de un modo inconsciente. Por ejemplo, un perfume, cómo atarse los cordones de los zapatos o todo procedimiento que se automatice y no sea necesario ejecutar de forma consciente.
  • Memoria explícita o declarativa: Es la que nos permite recordar mediante un esfuerzo consciente, cosas, hechos, lugares, personas… En función de qué es lo que queremos recordar, la memoria explícita puede dividirse en :

  1. Memoria episódica: Recuerda las experiencias personales, los acontecimientos y las situaciones que hemos vivido.
  2. Memoria semántica: Es la que nos  hace recordar los conocimientos adquiridos.



Podemos recordar mediante nuestros diferentes sentidos. Es lo que se conoce como memoria sensorial. Aunque tiene una gran capacidad de procesamiento de datos, es muy breve, tan sólo dura unos segundos y en función del sentido a través del cual percibamos da lugar a la memoria visual, auditiva, sensorial, olfativa (la más poderosa) o gustativa. Cada sentido cuenta con su propio almacén para registrar estímulo y consolidarlos en memoria a corto plazo si fuera necesario. De entre los diferentes tipos de memoria sensorial, la memoria olfativa es la más eficaz. Pese a que las neuronas olfatorias sólo sobreviven 60 días y después son reemplazadas por células nuevas, la memoria olfativa sobrevive porque los axones de las neuronas nuevas que reemplazan a las que mueren, expresan el mismo receptor y siempre van al mismo lugar. Como ocurre con el resto de las memorias sensoriales, la información acerca de los olores en este caso, llegan desde el bulbo olfatorio hasta la corteza olfatoria, donde se procesa y se vincula a un comportamiento determinado.

Un cerebro adulto medio tiene unos 100.000 millones de neuronas y unos 100 billones de interconexiones sinápticas entre ellas. Aunque no es posible estimar la capacidad real de la memoria humana, se calcula que somos capaces de almacenar entre 1 y 10 terabytes. Con la edad, la memoria a corto plazo se va debilitando, pero no es una consecuencia directa del paso del tiempo, sino de la reducción del número de conexiones interneuronales, que se atrofian por la falta de uso. Por tanto, debemos dedicar un tiempo cada día a ejercitar nuestra memoria, porque está en nuestras manos aprovechar todo su potencial.


“Gracias a la memoria se da en los hombres lo que se llama experiencia” Aristóteles,  Filósofo griego. 

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miércoles, 21 de marzo de 2012

Cerebro y Nostalgia

¿Por qué sentimos nostalgia de tiempos pasados?

La palabra nostalgia proviene del griego, de una combinación de las voces de “regreso” y “dolor”, pero describe sin embargo un sentimiento positivo por una situación, un momento o una etapa de nuestra vida que ya ha pasado. Hasta comienzos del siglo XX, se consideraba un desorden psiquiátrico, un trastorno de ánimo ligado a la depresión, hasta que los científicos descubrieron y probaron que no es más que un mecanismo del cerebro que nos permite enfrentarnos a momentos difíciles de nuestra vida. A pesar de que la nostalgia se considera ligada con mayor frecuencia a la vejez, todas las personas acudimos a ella en algún momento, ya que tiene la función fundamental de restablecer nuestro ánimo a nivel cerebral. En la actualidad sabemos que no se trata por tanto de una enfermedad, sino de un sentimiento normal que todos podemos atravesar en un momento dado. No se trata de una casualidad que sintamos nostalgia en momentos de tristeza y nos vengan a la mente recuerdos del pasado de manera continua, como una película de nuestra vida. La capacidad para evocar el pasado nos transporta a nivel emocional a situaciones o etapas en que fuimos felices, para contrarrestar los momentos de desánimo, como si se tratara de un salvavidas emocional. Es por ello que tenemos la tendencia natural de almacenar recuerdos de nuestras diferentes etapas, sobretodo de los momentos que representan cambios o transiciones importantes en nuestra vida.

Se han realizado estudios mediante captación de imágenes del cerebro que demuestran que no sólo se libera dopamina al vivir situaciones que nos hacen felices, sino que también liberamos dopamina al acceder a los recuerdos de dichas situaciones. Esto explica por qué  se considera la nostalgia como un sentimiento positivo ante situaciones de tristeza y el poder que tiene para restablecer nuestro equilibrio emocional.

La nostalgia se expresa de diferentes formas en cada persona, por lo que se han realizado estudios sobre qué episodios marcan nuestras vidas y nos hacen recurrir a ellos en futuras etapas, y en qué orden les otorgamos importancia en cuanto al bienestar que representan para nosotros. El resultado de estos estudios determina que, en orden de más a menos, los episodios que consideramos más relevantes en nuestras vidas son los relacionados con:

  1. La familia
  2. La falta de preocupaciones
  3. Los lugares
  4. La música
  5. El recuerdo de un amor
  6. Las amistades
  7. Los juguetes de la infancia
  8. Los programas antiguos de televisión
  9. Las películas
  10. La casa familiar


Actualmente, gracias a las nuevas tecnologías y a Internet, es más sencillo guardar los recuerdos de la juventud. De hecho, estudios revelan que la generación de adultos actual entre 28 y 40 años mantiene vivos sus recuerdos como ninguna otra generación hasta ahora.

Hay personas que tratan de evitar la nostalgia por sentir que les priva de la alegría del día a día que la sociedad considera como “felicidad”. Es cierto que muchos jóvenes señalan que recuren a la nostalgia cuando se sienten aislados o desconectados de su entorno, pero los niveles altos de nostalgia no están relacionados con insatisfacción ni infelicidad en el presente, sino sólo con la opinión de que todo tiempo pasado fue mejor. En nuestra vida cotidiana estamos sometidos a presiones continuas, por lo que recordar un pasado donde no existían esas presiones es un recuerdo feliz que nos hace sentir bien.

Nuestra mente modifica los mecanismos de actuación en las diferentes etapas por las que pasamos en nuestra vida. Durante la juventud, nuestra memoria se encuentra en perfectas condiciones, ya que es la etapa en la que aprendemos cuáles son las cosas que nos causan dolor o sufrimiento y debemos recordarlas para así poder evitar repetirlas en un futuro. Sin embargo, cuando envejecemos, ya sabemos qué situaciones debemos evitar para preservar nuestro bienestar, y por tanto el recuerdo de momentos emocionalmente negativos deja de cumplir su función adaptativa. Mantenemos la idea de lo que debemos desechar, pero el recuerdo de por qué se asentó esta idea se evita. De esta forma, las personas mayores han aprendido a lo largo de su vida a no dejarse influir tanto por la información negativa del entorno para así mantener su bienestar y su buen estado emocional. Así, la memoria se debilita con los años, dejando de lado la precisión de nuestros recuerdos y evitar así las emociones negativas. A ello se une la capacidad de nuestro cerebro de hacer que recordemos con más detalle las situaciones positivas que las negativas, debilitando los malos recuerdos e idealizando los recuerdos positivos, actuando así como una especie de filtro que nos protege.

De esta forma, pese a la tendencia histórica de relacionar tanto la tristeza, el duelo o la nostalgia con desórdenes del estado de ánimo, ahora sabemos que se trata de emociones que cumplen una función en nuestro organismo: Recuerdan y repasan los errores del pasado para no cometerlos de nuevo y reviven nuestros aciertos y logros para repetirlos en el futuro.


“La nostalgia ya no es lo que era”. Peter de Vries, novelista estadounidense.


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lunes, 12 de marzo de 2012

Cerebro y Fobias: Ligirofobia

¿Qué ocurre en el cerebro cuando padecemos una fobia como la Ligirofobia?


El miedo es un mecanismo de defensa natural que prepara a nuestro cuerpo para enfrentarse a un peligro. En un momento u otro todas las personas podemos tener miedo ante un determinado estímulo. Sin embargo, hay ocasiones en las que el miedo que sentimos es algo irracional, excesivo, intenso, incontrolable y persistente a objetos o situaciones claramente discernibles, que no tiene un origen necesariamente definido y que afecta a nuestra vida cotidiana. Es entonces cuando hablamos de fobia.

Hay diferentes tipos de fobia y en función de lo cotidiano que sea el objeto o circunstancia que la provoca, puede interferir o no en nuestro día a día. Un ejemplo de fobia que es llevadera durante el año, pero que en determinadas épocas se convierte en una tortura para quien la padece es la ligirofobia, miedo irracional a los ruidos fuertes y repentinos, como explosiones. Quien la padece, no soporta el ruido de los petardos o incluso el estallido de un globo, y normalmente pueden hacer vida normal porque la situación que la provoca no es algo habitual. Pero en las épocas en que estos estímulos están presentes, como ocurre en el caso de las Fallas de Valencia, las personas que la padecen experimentan un temor constante ante la posibilidad de encontrarse en la situación que les produce un miedo irracional.

El cerebro cuenta con un mecanismo que desata el miedo y regula las emociones de lucha/huida y la evitación del dolor para conservación del individuo, el Sistema Límbico. Este sistema, revisa, mediante la Amígdala Cerebral, toda la información que recibimos a través de nuestros sentidos y controla las emociones básicas como el miedo, localizando también la fuente del peligro. Al activarse la Amígdala, se activa la sensación de miedo y ansiedad, produciendo una respuesta de huida o pelea. En el caso de las fobias, en función de la historia personal de cada persona, se han podido producir momentos en que la parte más instintiva de nuestro cerebro percibiera un peligro y éste quedara fijado, reactivándose en el futuro ante situaciones similares. Puede que ciertas fijaciones sean útiles para nuestra conservación, pero en muchos casos no lo son, y no se pueden explicar mediante la lógica, ya que no se corresponden con un pensamiento racional, sino que han quedado fijadas por haber vivido en algún momento cualquier situación que desbordó nuestra capacidad de actuación y que no supimos procesar adecuadamente. Nuestro cerebro, para protegernos de repetir la experiencia en un futuro fijó una clave a ése miedo para que en un futuro se activara. Cada vez que nos encontramos ante situaciones similares o simplemente pensamos en ellas, nuestra Amígdala vuelve a activarse, haciendo que la fobia se mantenga o incluso se haga más intensa y suponiendo un gasto energético enorme ante situaciones que en principio son cotidianas, provocando una sensación de angustia e impotencia. Es posible que no recordemos la experiencia que marcó el origen de la fobia, pero nuestro cerebro sí la recuerda y la tiene bloqueada en el hemisferio derecho, en lugar de pasarla al hemisferio izquierdo con el resto de la información procesada.


Cuando una persona que padece ligirofobia se enfrenta a la explosión de un petardo, su cerebro ordena la producción de adrenalina que ayudará en el desplazamiento motor para la huida y segrega cortisol, la hormona del estrés. A su vez, se producen cambios fisiológicos tales como el bloqueo de toda actividad no esencial, incremento del metabolismo celular y la actividad cerebral, aumento de la presión arterial o aumento de la glucosa en sangre. El corazón bombea sangre a gran velocidad para transportar hormonas como la adrenalina a las células y fluye hacia los músculos necesarios para la huída. Se agrandan los ojos para mejorar la visión y se dilatan las pupilas.

Hay estudios que avalan la mediación en la amígdala de la vasopresina, u hormona antidiurética, en la sensación de algunos tipos de miedo social. Partiendo de esta base, antagonistas de esta hormona pueden bloquear estos tipos específicos de miedo, pero no se pueden comercializar dada la misión biológica que el miedo tiene en nuestro organismo.

Tanto la ligirofobia como el resto de fobias, se pueden superar con el tratamiento adecuado. Para estos casos, lo que resulta más efectivo son los tratamiento cognitivos, ya que están basados en el pensamiento, que al ser el causante de la fobia, también puede solucionarla. Si la fobia es persistente, es aconsejable la ayuda de un profesional, que mediante terapia indicará los pasos a seguir. Algunas de las técnicas de terapia que suelen tener efectividad a la hora de combatir fobias como la ligirofobia son:

  • Información sobre la naturaleza de las fobias y explicación de la relación entre pensamiento, emoción y acción: Es necesario comprender cómo actúa nuestro cerebro ante este estímulo para trabajar en la forma de combatirla.
  • Identificación de procedimientos contraproducentes para su eliminación por no contribuir a la solución, sino a que el problema se mantenga: Normalmente quien padece ligirofobia tiende a huir de los estímulos que la provocan, como los petardos, haciendo que la amígdala se continúe activando ante las mismas situaciones.
  • Control de la respiración en situación de relajación, para poder ponerla en práctica en el momento de la presentación de las explosiones, estímulo que causa la fobia.
  • Exposición controlada y progresiva a explosiones, situación que provoca la fobia.
  • Desensibilización Sistemática: Combinar técnicas de relajación con la exposición gradual al estímulo fóbico. En función del grado de la fobia, podemos comenzar porasistir a una distancia muy prudencial a explosiones controladas de las que el paciente tenga constancia.
  • Medicación: Si la fobia es simple, se desaconseja el uso de fármacos. Si no es así y va unida a ansiedad persistente o incluso a depresión, el tratamiento debe estar SIEMPRE supervisado por un profesional.


Hay diversas técnicas que pueden paliar y eliminar la ligirofobia y el resto de las conductas fóbicas, pero si una fobia limita la vida de una persona lo mejor que puede hacer es buscar la ayuda profesional de un psicólogo.


“El miedo está siempre dispuesto a ver las cosas peores de lo que son.” Tito Livio, historiador romano.



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miércoles, 7 de marzo de 2012

Mecanismos cerebrales del habla

¿Cuáles son los mecanismos cerebrales de la producción y comprensión del habla?


Las conductas verbales constituyen una de las formas más importantes de la conducta social humana. El lenguaje es una función cerebral altamente compleja que surge por la interacción entre el desarrollo biológico del cerebro y el medio social. El cerebro humano tiene la particularidad de estar dividido en dos hemisferios que funcionan de manera distinta en lo que se refiere al procesamiento del lenguaje, ya que se trata de una conducta lateralizada, es decir, se sitúa de manera dominante en un lado del cerebro, el izquierdo, pero el hemisferio derecho también participa en el proceso.

La ciencia que estudia las estructuras del cerebro que permiten procesar y comprender una lengua se llama Neurolingüística. Gracias a ella se han podido diferenciar, mediante diferentes técnicas, cuáles son los procesos cerebrales implicados en el habla que sugieren una base fisiológica cerebral que ha propiciado la especialización del hemisferio izquierdo del cerebro en la decodificación y la producción de la palabra. La corteza auditiva del lóbulo temporal izquierdo criba la información auditiva más rápidamente que la corteza auditiva del lado derecho, por lo que resulta más sensible a las variaciones rápidas de la palabra, permitiéndole distinguir los diferentes sonidos del lenguaje. La corteza derecha es menos sensible a estos sonidos, pero más sensible a la prosodia, es decir, a las regularidades acústicas de la voz y a las variaciones lentas de la palabra, importantes para reconocer al interlocutor y la entonación de las diferentes conversaciones. Para hablar, es necesario tener algo que decir y aunque el hemisferio izquierdo produce el habla, es el hemisferio derecho el que parece organizar tanto la narración y la selección de lo que hablamos, como el ritmo y el énfasis en cada palabra.

Pese a esta implicación de ambos hemisferios en el lenguaje, en la historia de la investigación en Neurolingüística, se han establecido dos áreas esenciales en el procesamiento del habla, ambas en el hemisferio izquierdo:

  • Área de Broca: Es la sección del cerebro situada en la parte inferior del lóbulo frontal izquierdo y está involucrada en la producción del habla, el procesamiento del lenguaje y la comprensión.
  • Área de Wernicke: Es la sección del cerebro situada en la región posterior del lóbulo temporal izquierdo y está asociada a la comprensión del lenguaje, encargándose de la descodificación de la información auditiva del lenguaje.


Un trauma o lesión cerebral en alguna de las zonas implicadas en el habla tras la adquisición del lenguaje, produce trastornos tanto en la producción del lenguaje como en su comprensión. Estos trastornos reciben el nombre de afasias y las más comunes son:





  • Afasia global : Es la afasia más grave. Ocurre cuando la lesión o daño producido al cerebro es muy extenso y hay una destrucción masiva de las zonas del lenguaje. Esta afasia impide tanto la producción del lenguaje como su comprensión, que se limita a órdenes muy simples, de duración muy corta y fácilmente previsibles en un momento y contexto determinado.
  • Afasia de Broca: Se produce por una lesión en el área de Broca y se caracteriza por alterar la capacidad de hablar, produciendo un habla lenta, laboriosa y poco fluida, aunque con significado. Produce también deformaciones en sonidos, inhabilidad para repetir secuencias comunes como los números o los días de la semana, dificultad para encontrar la palabra apropiada, errores sintácticos y dificultad en el uso de palabras funcionales como las preposiciones o los artículos. Con una lesión en esta zona, la producción del lenguaje es inferior a su compresión, aunque ésta también se ve alterada cuando las frases son complejas.
  • Afasia de Wernicke: Se produce por una lesión en el área de Wernicke y se caracteriza por una fluidez normal en el habla pero con alteraciones del contenido semántico. Aparecen dificultades a la hora de nombrar las cosas, con repetición y sustitución de palabras por otras similares fonéticamente, aunque con diferente significado. La persona afectada inventa palabras o frases y reitera la información, aunque no reconoce que está cometiendo errores. Produce también dificultad en la comprensión.
  • Afasia anómica: Conserva la comprensión del lenguaje oral y se caracteriza por la anomia, es decir, la inhabilidad de encontrar palabras para identificar o designar cosas o para expresar ideas y conceptos de manera fluida.

Es posible que alguna vez se produzcan daños, no en un área en sí, sino en la conexión entre las áreas de Wernicke y Broca, lo que provoca la denominada afasia de conducción. Esta afasia se caracteriza por una comprensión y producción bastante buena del lenguaje, pero con la imposibilidad de repetir algo tras escucharlo.

Por tanto, concluimos que en el cerebro, el procesamiento del lenguaje se produce en áreas interrelacionadas que trabajan de forma coordinada para la emisión, la comprensión y la integración de mensajes lingüísticos y que es necesario el correcto funcionamiento de las complejas estructuras que lo regulan, así como de sus conexiones, para poder llevar a cabo el comportamiento que más nos diferencia de los animales, el lenguaje verbal.


“Actualmente, el destino del mundo depende, en primer lugar, de los estadistas y, en segundo lugar, de los intérpretes”. Trygve Halvdan Lie (Político)

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miércoles, 29 de febrero de 2012

Frenología

¿Afecta el tamaño y forma de la cabeza a nuestras capacidades?

En los siglos XVIII y XIX, se hizo muy popular la idea de que era posible determinar el carácter de una persona y sus rasgos de personalidad basándose en la forma y tamaño del cráneo. En base a ello, el médico Franz Joseph Gall desarrolló la frenología, que establecía que el cerebro es el órgano de la mente y como tal, alberga las facultades mentales en diferentes áreas y órganos cerebrales específicos. En función del tamaño de cada una de estas áreas, la persona era propensa a un tipo u otro de carácter y a diferentes facultades mentales, que de esta forma, podían estudiarse midiendo la forma del cráneo. Los principales postulados en los que se basaba la frenología eran los siguientes:


  1. El cerebro no es un órgano único, sino una víscera donde es posible distinguir diferentes regiones cada una con una función determinada.
  2. Cada una de las regiones está relacionada con el resto y si su estado varía, en tamaño o temperatura, por ejemplo, también lo hace el conjunto.
  3. La forma de cada una de las regiones, influye en la forma del cráneo que las contiene, variando en torno a cada una de ellas.
  4. Estudiando la forma del cráneo, es posible conocer el estado de cada órgano.


Gall sostenía que cada uno de los diferentes órganos cerebrales corresponde a cada una de las potencias psíquicas innatas y distinguió hasta 27 órganos distintos con sus correspondientes potencias, que aunque innatas, no están determinadas y pueden modificarse a través del desarrollo y de la educación. Para Gall, el grado inicial de desarrollo de cada rasgo depende del desarrollo hereditario del área cerebral que lo contiene y sobre la que ejerce una presión local formando una especie de “joroba” que por su tamaño pone de manifiesto las regiones mejor dotadas. Los nombres dados por GALL a los 27 órganos cerebrales eran palabras de uso común, como amistad, astucia, palabra… Los nombres y los números con que eran designados, varían de un autor a otro y posteriormente  a Gall, se incluyeron hasta un total de 47 regiones, independientes entre ellas, pero que actuaban como excitador o freno de las demás.

A través de estos postulados se hacía patente la creencia de que era posible conocer las cualidades de cada órgano, sus funciones, sus desequilibrios y sus alteraciones e interacciones mediante un procedimiento tan sencillo como el del estudio de la forma y tamaño de la cabeza mediante palpación. Al conocer de esta forma el funcionamiento del cerebro de cada persona, sería posible conocer sus predisposiciones, hacía qué actividades tiene mayor o menor facilidad o a qué personas será más afín, así como su predispoción a cometer delitos o a expresar conductas agresivas. Gall establece una relación entre este tipo de instintos con lo que denominó el “órgano del asesinato”. En este aspecto, la frenología fue un precedente del determinismo criminológico que autores posteriores defendieron, aunque Gall siempre defendió que aunque existía predisposición a ciertas conductas, podía modificarse mediante la educación. También explicaba la locura como una pérdida de dominio sobre un órgano a causa de su actividad sobreexcitada.

La frenología fue rebatida por diferentes corrientes, como ocurrió en el caso de la Iglesia, que se oponía a la existencia de un “órgano de la religión” situado en un lugar concreto del cerebro, como defendía Gall que era el caso del órgano de la “veneración”, situado en el centro de la bóveda craneal. Aunque la base de la frenología en algunas cuestiones fue correcta como en la diferenciación de distintas regiones cerebrales con funciones específicas, su principal error fue el intento de lograr conclusiones más allá de los datos disponibles en la época, apartándose así de la observación científica en pos de datos obtenidos de manera intuitiva.



La ciencia actual continúa estudiando la relación entre las funciones mentales y las áreas determinadas del cerebro que las regulan y para ello se realizaron estudios acerca de la influencia de áreas específicas sobre los 5 factores que regulan la personalidad según el “Modelo de los Cinco Grandes”, abertura a nuevas experiencias, responsabilidad, extroversión, amabilidad y neuroticismo, encontrándose con que aunque no era posible determinar si era responsabilidad directa, existía correlación entre 4 de los 5 factores y el volumen de zonas concretas.

Aunque el cerebro no es un ente estático, sino que varía, este estudio podría permitir establecer patrones estadísticos con los que definir la personalidad probable de una persona en un momento dado en función de la forma de su cerebro, lo que se conoce como neurociencia de la personalidad.

Si la frenología se hubiera establecido como ciencia cierta, tendría implicaciones graves dentro de nuestra sociedad, como el establecimiento de que ciertas personas en función de la forma de su cráneo van a tener  propensión genética a rasgos del comportamiento e incluso a enfermedades genéticas y sería posible en base a ello realizar fichas de posibles delincuentes, selección de personal o prevenir la contratación de un seguro que pueda perjudicar a la compañía en cuestión. A pesar de todo esto, y de que hoy en día se haya descartado que la frenología tenga base científica, es cierto que contribuyó al desarrollo de la ciencia por difundir la idea de que el cerebro es el órgano de la mente y que ciertas áreas regulan funciones específicamente localizadas. Sentó las bases, erróneas en su detalle pero acertadas en su concepción, de gran parte de la psicología y de la psiquiatría moderna, sólo que en este caso, se mide el contenido y no el continente.



“Es mejor prender una vela que maldecir las tinieblas”. Confucio


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martes, 21 de febrero de 2012

Cerebro y Adicciones: Cannabis

¿Qué efectos produce sobre nuestro cerebro el consumo abusivo de cannabis?

Se entiende como adicción cualquier actividad que el individuo no sea capaz de controlar y que interfiera en su vida normal perjudicándola mediante conductas compulsivas. Existen diferentes sustancias que, al ser consumidas por distintas vías, pueden causar adicción y cuyos componentes pueden ser de origen animal, vegetal o mineral. De entre ellas, la marihuana o cannabis y sus derivados como el hachís, son la sustancia ilegal más consumida en el mundo. El término cannabis hace referencia a las flores secas, hojas y tallos de las hembras de la planta con el mismo nombre. Se trata de una sustancia psicoactiva que suele consumirse por vía respiratoria y que afecta de manera directa al cerebro produciendo cambios en la capacidad de razonamiento y en la percepción.

Nuestro cerebro contiene diferentes sistemas receptores que reaccionan a sustancias químicas específicas, produciendo una reacción en consecuencia. El compuesto químico psicoactivo predominante en el cannabis es el tetrahidrocannabinol o THC, pero no es el único, ya que el cannabis contiene más de cuatrocientos compuestos diferentes, de los cuales más del 15% son cannabinoides, con diferentes efectos en el Sistema Nervioso. Estos cannabinoides actúan en el cerebro de la misma manera que un proceso químico que se lleva a cabo de forma natural en nuestro cerebro, acoplándose en el sistema receptor correspondiente al neurotransmisor natural llamado anandamida y que parece ser el responsable de ayudar  a luchar al cuerpo contra el estrés, el dolor y las náuseas. El consumo de cannabis a largo plazo causa adicción porque, en respuesta a la ingesta continua de grandes cantidades de cannabinoides, el cerebro disminuye el número de receptores de anandamida disponibles, lo que nos lleva a tener que aumentar el consumo de manera compulsiva para lograr los mismos efectos, lo que se conoce como tolerancia. Esta tolerancia es mayor cuando el consumo de cannabis se combina con alcohol. El 9% de las personas que consumen marihuana se vuelven dependientes de la misma.

Cuando el THC entra en el cerebro, nos sentimos eufóricos porque actúa sobre el sistema cerebral de gratificación, compuesto por las regiones del cerebro que gobiernan las respuestas de las personas al placer que nos producen, entre otros, el sexo, el chocolate y la mayoría de drogas de abuso. El THC actúa como todos ellos, estimulando células cerebrales para producir la liberación de dopamina. También aumenta la percepción sensorial, percibiendo colores más brillantes, altera la  forma en que percibimos la realidad, causa locuacidad e hilaridad y altera la percepción del tiempo. Tras este periodo de euforia, el consumo de cannabis provoca a un periodo de relajación, que puede dar paso al sueño o incluso a la depresión. Aparecen efectos de “apalancamiento”, cansancio, pérdida en la fluidez del pensamiento y un apetito que tiende al consumo de dulce.

La mayor cantidad de receptores de cannabinoides, se encuentran en zonas del cerebro relacionadas con el placer, la memoria y la cognición, la percepción sensorial, la concentración, el pensamiento, el movimiento y la coordinación y juegan un papel crítico en el desarrollo y la función normal del cerebro, ayudando a controlar funciones mentales y físicas, que pueden verse perturbadas por el consumo de cannabis. Ello provoca que el consumo de marihuana deteriore la capacidad para aprender, crear nuevos recuerdos y para desviar la atención de una cosa a otra. Desinhibe la conducta y entorpece la coordinación y el equilibrio, ya que se adhiere a los receptores en los ganglios basales y el cerebelo, que son las partes del cerebro que lo regulan junto al tiempo de reacción, la coordinación o la postura, por lo que afecta también a la capacidad de realizar tareas complicadas, practicar algún deporte o conducir. El consumo de cannabis antes de dormir puede ayudar a conciliar el sueño, pero dificulta el alcance de la fase REM, donde se producen los sueños y un mayor descanso, por lo que al despertar es probable que nos sintamos más cansados y con sensación de embotamiento. El consumo de dosis altas de marihuana puede llegar a provocar psicosis aguda con alucinaciones y delirios e incluso pérdida de la identidad personal. Esto ocurre con más frecuencia cuando el consumo se realiza mediante la ingesta o bebida del cannabis, que cuando se fuma. Estas reacciones psicóticas pueden asociarse a otros trastornos de mayor duración, como la esquizofrenia, siempre y cuando la persona estuviera previamente predispuesta a ello de manera biológica.

El cerebro, acostumbrado a recibir cannabinoides del exterior, disminuye la producción de anandamida y por tanto necesita el aporte externo. Cuando termina la ingesta de marihuana a grandes dosis, los receptores de la anandamida aumentan hasta alcanzar de nuevo su nivel natural y es entonces cuando se produce el síndrome de abstinencia. Los efectos de la abstinencia en el consumo de marihuana son leves si los comparamos con otras sustancias. Sus síntomas aparecen al día siguiente de empezar la abstinencia, alcanzando su punto máximo a los dos días de abandonar el consumo. Reporta irritabilidad, dificultad para dormir, deseos de consumo compulsivo, ansiedad y agresividad. En cuanto transcurren de una a dos semanas desde el último consumo, los efectos del síndrome de asistencia se atenúan.

Además de sus efectos en nuestro cerebro, el consumo de cannabis también afecta a otros sistemas, como el endocrino o la termorregulación, puede provocar alteración de las hormonas sexuales, disminuyendo la cantidad de espermatozoides en el hombre y alterando el ciclo menstrual en la mujer. Acelera el ritmo respiratorio y el ritmo cardíaco, reduciendo la capacidad de transportar oxígeno por el torrente circulatorio.

Hoy en día no hay patrón establecido sobre el uso y abuso  de marihuana, afecta a diferentes sectores poblacionales más allá de sexo, cultura o clase social. Aunque aún no se conocen todas las consecuencias que puede sufrir el cerebro por el abuso de cannabinoides, sí que puede dilucidarse que la exposición a las concentraciones altas de THC, afectan de manera negativa a nuestro organismo en general y a nuestro cerebro en particular, especialmente en las personas jóvenes, cuyos cerebros están el proceso de desarrollo.



"La adicción nunca debería ser tratada como un delito. Debe ser abordada como un problema de salud." Ralph Nader


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lunes, 13 de febrero de 2012

No lo llames Amor, llámalo adicción química

¿Por qué nos enamoramos?


El ser humano ha desarrollado a lo largo de su evolución mecanismos para conseguir la perpetuación de la especie. Uno de estos mecanismos es el enamoramiento, un proceso bioquímico iniciado en el cerebro que activa neurotransmisores, glándulas y respuestas fisiológicas para alcanzar la reproducción. El amor es por tanto algo tan simple y a la vez tan complicado como una adicción química entre dos personas.

Está demostrado que suelen atraernos las personas con rasgos similares a los nuestros y que tendemos a elegir de manera inconsciente el olor de aquellas que tienen un sistema inmunológico muy distinto al propio, lo que evita que nos enamoremos de nuestros familiares. Antes de que nos fijemos en una u otra persona, ya tenemos construido un mapa mental que determinará qué nos hará enamorarnos de alguien. Aunque disponemos de un sistema natural para llamar la atención de otras personas, relacionado con la presencia de sustancias químicas como las feromonas cuya percepción es instintiva, las personas estamos capacitadas para comunicarnos sin hablar a través de señales corporales, que pueden centrar nuestra atención en una u otra persona por medio de la atracción sexual que provocan. De entre estas señales corporales, las que mayor influencia tienen son las miradas. Los ojos hacen evidente el instante en que se despierta el apetito sexual, ya que las pupilas se contraen o se expanden en función al placer que anticipan. Los gestos con diferentes partes de nuestros cuerpos, pueden enviar mensajes de que se está listo para el placer sexual, como ocurre en el caso de los labios húmedos y entreabiertos, las cejas ligeramente arqueadas o roces discretos de las manos.

Una de las principales sustancias implicadas en el enamoramiento es la feniletilamina (FEA), una anfetamina que el propio cuerpo segrega y que activa la secreción de dopamina y de oxitocina. La dopamina es el neurotransmisor implicado en las sensaciones de deseo y en los mecanismos de refuerzo del cerebro, responsable por tanto de repetir los comportamientos que proporcionan placer, mientras que la oxitocina está implicada en el deseo sexual. Por tanto, cuando una persona nos atrae, el cerebro produce feniletilamina (FEA), que activa a su vez la secreción de dopamina y oxiticina. Cuando comienzan a trabajar los neurotransmisores implicados en este proceso es cuando decimos que estamos enamorados. La combinación de estas sustancias hace que las personas enamoradas puedan permanecer durante horas haciendo el amor y conversando, sin sentir cansancio o sueño. La euforia, placer y excitación que nos hace sentir estar con la persona de la que estamos enamorados, nos hace necesitarla como si se tratara de la adicción a alguna droga.

En las relaciones sexuales, tras el orgasmo, el sistema límbico del cerebro libera gran cantidad de oxitocina, responsable también de la vinculación emocional de la pareja. Esta hormona actúa de manera diferente en hombres y mujeres. La oxitocina en combinación con los estrógenos en la mujer, provoca que ésta se sienta cariñosa y conversadora, mientras que en combinación con la testosterona masculina, provoca en el hombre la necesidad de dormir. El tiempo de permanencia de la oxitocina en el organismo también varía entre hombres y mujeres. En la mujer permanece activa durante días después del orgasmo, mientras que en el hombre tiene efecto durante unas pocas horas. Este hecho podría explicar la diferencia existente entre sexos en cuanto a vinculación emocional tras la relación sexual. Tener relaciones sexuales sin enamorarnos es posible, pero si se tienen constantes relaciones con la misma persona, es posible que lleguemos a experimentar una especie de adicción, ya que  biológicamente estamos preparados para experimentar unión con nuestra pareja sexual, respondiendo al vestigio primitivo de conservación de la especie. La oxitocina, tras la primera oleada de emoción, actúa forjando lazos permanentes entre los amantes, cambiando las conexiones de los circuitos cerebrales.

Cuando estamos enamorados y vemos al ser amado, se activan ciertas zonas del cerebro como el córtex anterior cingulado, que responde también a estímulos producidos por drogas sintéticas, produciendo euforia y placer. Pero además, el amor también inactiva ciertas áreas, como las encargadas de realizar juicios sociales y, por tanto, de someter al prójimo a valoración, lo que explica por qué consideramos que “el amor es ciego” y nos resulta difícil observar fallos o condenar actitudes de la persona de la que estamos enamorados.

Pero esta secreción de sustancias en nuestro cerebro que provoca el estado de enamoramiento no dura eternamente. Si la síntesis de feniletilamina (FEA) se prolongara durante mucho tiempo, moriríamos de extenuación, por lo que tras dos o tres años sus efectos desaparecen. El organismo se va haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y la pasión se desvanece gradualmente. Termina la fase de atracción y somos capaces de observar los defectos de la otra persona que antes no veíamos. Es en ése momento cuando, si se han asentado sólidamente las bases de la relación, comienza la etapa de permanencia, caracterizada por un amor más tranquilo. En esta fase son las endorfinas las que toman el control, aportando sensación de seguridad y apego. Si durante la primera fase no se han establecido las bases de una relación duradera y la relación concluye, dejamos de recibir la dosis diaria de neurotransmisores, a lo que se atribuye el sufrimiento que nos causa alejarnos del ser querido.

Así pues, como vemos, el proceso del enamoramiento, así como el desamor tienen una clara base biológica, pero el hecho de entenderlo no implica la capacidad de controlarlo, por lo que el amor continuará siendo algo que escapa a nuestra comprensión.


 El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio es que esta para morir”  Jacinto Benavente 



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